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Locales

Reflexión de José Arancedo en el Día del Pontífice

Celebramos el Día del Pontífice en la solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. La unión de ambos apóstoles en una misma celebración no es algo circunstancial, sino que revela el origen del ministerio sacerdotal y la autoridad apostólica en la Iglesia. Ellos no son fruto de una elección o consenso entre pares; su vida y elección nos remite a una misma fuente: Jesucristo. No podemos hablar de la Iglesia, por lo mismo, sin partir de Jesucristo y de su voluntad. En ella, lo esencial, lo que constituye la norma que orienta su vida, es la voluntad de Dios manifestada en Jesucristo. Su vida e identidad tiene su origen en Dios, quien la ha instituido por su Hijo y la continúa animando con la presencia de su Espíritu. Es difícil comprender a la Iglesia sino aceptamos, o al menos no negamos, la presencia de un principio trascendente en su fuente como en su historia.

No hay que pensar, por otra parte, que la Iglesia tiene una visión acabada y completa de toda la realidad. Ella misma camina y aprende en la historia, es peregrina en el tiempo. La verdad que ha recibido sobre Dios, el hombre y el mundo es, también para ella, motivo de búsqueda en esa riqueza siempre nueva e inagotable que tiene la verdad. Esto no se confunde con un relativismo que niega la existencia y solidez de la verdad. Caminamos en la fe apoyados en la riqueza de esta Verdad que ilumina y da sentido a nuestra vida, y a la que debemos servir y comunicar. La fe es un don, es aprendizaje y compromiso. No se trata de una verdad instrumental o científica, o de un recetario de respuestas, sino de una realidad que se dirige a nuestra inteligencia iluminada por la fe. La Iglesia conserva lo esencial de esta verdad, que es objeto de la fe, en los artículos del Credo. La misión propia de la Iglesia es, por lo mismo, conservar, vivir y trasmitir la esta verdad del Evangelio de Jesucristo. Esto nos ayuda a comprender parte del ministerio pastoral y de la autoridad apostólica de Pedro, hoy Francisco. Su misión nace en Jesucristo, que la sigue asistiendo con los dones del Espíritu Santo que es el alma de la Iglesia, y que le dijo: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella" (Mt. 16, 18). Así avanza la Iglesia en la historia, fiel al mandato recibido y con la ayuda del Espíritu Santo.

Me ha tocado conocer a los últimos Pontífices desde el Concilio Vaticano II, y no puedo dejar de testimoniar lo que acabo de decir. La Iglesia es humana y divina, hay un ropaje humano pero estamos ante una obra de Dios. En la elección y ministerio tanto de Pedro, como hoy de Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y II, Benedicto XVI y Francisco, he podido ver la obra de Dios que él va construyendo con materiales tomados de nuestra orilla. Con Pablo ellos deben decir: "Pero nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios" (2 Cor. 4, 7). Nos toca a nosotros vivir el tiempo único de un Papa argentino, ello nos llena de alegría. Él, Francisco, consciente dónde está su fuerza, nos dice siempre con la certeza de una verdad de fe que da sentido a su vida: recen por mí. Esto nos pide y compromete. La Iglesia, como en tiempos de Pedro, sigue siendo objeto de fe, por ello decimos: Creo en la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica.

Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.

Mons. José María Arancedo

Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

ARANCEDO PAPA PONTIFICE
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