DÍA DEL PÁRROCO
El próximo 4 de agosto celebramos la Fiesta del Santo Cura de Ars, patrono de los sacerdotes. Ese día, y de modo especial, mi mirada se dirige agradecida a la persona y misión del cura Párroco. Es una figura que con el tiempo más valoro en la vida pastoral de la Iglesia. Es el sacerdote que el obispo ha puesto al frente de una comunidad para que la presida como pastor. Acostumbro a decirles cuando los pongo en posesión de su parroquia, que no deben pensar tanto en estrategias pastorales sino en contemplar con humildad a Jesucristo, el Buen Pastor. En él tenemos la fuente, el estilo y el ideal de nuestra vida. El Pastor ama, conoce y sirve a una comunidad; ella es el lugar de su misión y el camino de la caridad pastoral, que: “es aquella virtud con la que nosotros imitamos a Cristo en su entrega de sí mismo y en su servicio” (PDV. 23). La comunidad es, para el Pastor, una referencia eclesial que hace a su vida de espiritualidad sacerdotal.
Para comprender la misión del párroco es necesario partir de la Parroquia. El Concilio Vaticano II la llama Iglesia local: “en las cuales y a base de las cuales, dice, se constituye la Iglesia católica, una, y única” (L. G. 23). En esta línea va a afirmar Aparecida que entre las comunidades eclesiales sobresalen las parroquias, a las que define como: “células vivas de la Iglesia, y el lugar privilegiado en el que la mayoría de los fieles tienen una experiencia de Cristo y de comunión eclesial. Están llamadas a ser casas y escuelas de comunión” (Ap. 170). Aquí aparece en toda su grandeza la figura y la presencia del párroco en orden al crecimiento de la vida cristiana. Recuerdo que en la Misa Crismal les decía a los sacerdotes: “soy consciente de la amplitud del trabajo que hace a la vida de un pastor, ello me lleva a pensar que la tarea que la Iglesia les confía casi no tiene límites. Lo conozco y les agradezco la entrega” (Misa Crismal año 2015). Con estas palabras quise expresarles mi reconocimiento, gratitud y estímulo.
Al referirse a la parroquia san Juan Pablo II nos decía que la vivencia de la comunión eclesial “aún conservando siempre su dimensión universal”, encuentra su expresión más visible e inmediata en la parroquia, es necesario concluía: “que todos volvamos a descubrir por la fe, el verdadero rostro de la parroquia” (Ch. L. 26). La parroquia es, esencialmente, una comunidad eucarística. ¡Cuánta necesidad tenemos de ese sacerdote que preside nuestra comunidad parroquial! Pero también, ¡cuánta necesidad tiene él de una comunidad que lo acompañe en el ejercicio de su ministerio pastoral! No es posible una comunidad sin pastor, pero tampoco un pastor sin comunidad. Nos hace bien, a la luz la fe y de la oración, crecer como comunidad llamada a testimoniar y a predicar el Evangelio Nuestro Señor Jesucristo. Acerquémonos en este día a saludarlo y a comprometer la oración por nuestro párroco y nuestra presencia en la comunidad.
Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz