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Locales

Arancedo reflexiona sobre el 'Don de la Paz'

Cuando Jesús en el evangelio dice a sus discípulos que al entrar en una casa digan primero: “¡Que descienda la paz sobre esta casa!” (Lc. 10, 5), nos está expresando el sentido de su misión. El vino para reconciliar al hombre con Dios, y mostrarnos el camino de la paz. No se trata de una componenda sino de algo más profundo que busca el interior del hombre para sanarlo, para liberarlo. La paz es signo de su presencia. Esto no significa ausencias de problemas, sino ordenar la vida en referencia a Dios como su fuente. La paz es, en el hombre, en cuanto ser espiritual creado por Dios un valor que eleva su condición de criatura y sus relaciones. Dios no es un problema a resolver sino el camino que da respuesta a sus aspiraciones. Siempre recuerdo la frase de san Agustín cuando decía: “Mi corazón estuvo inquieto, Señor, hasta que no descansó en ti”. Dios se nos da en Jesucristo el don y el camino de la paz.

 

Estamos llamados a proclamar, les dice san Pablo a los efesios: “El Evangelio de la paz” (Ef.6, 15). Es Cristo el que ha reconciliado en la cruz a todos los hombres con Dios: “él ha unido a los dos pueblos, derribando el muro de enemistad que los separaba…..Y él vino a proclamar la Buena Noticia de la paz, paz para ustedes, que estaban lejos, paz también para aquellos que estaban cerca. Por medio de Cristo, todos sin distinción tenemos acceso al Padre” (Ef. 2, 14-17). Esta reconciliación con Dios es el principio de una vida nueva que debe predicarse como evangelio a todo el mundo. A la paz hay que vivirla y trasmitirla. Ella es fruto de llamarlo a Dios “Padre Nuestro”. Esta dimensión fraterna de la reconciliación, nos dice el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, hace que el cristiano deba: “convertirse en artífice de paz, y, por tanto, partícipe del Reino de Dios, según Jesús lo proclama: Bienaventurados lo que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt. 5, 9; C.D.S.I. 492). La paz, que es para Jesús un tema central en su vida y predicación, se convierte en: “parte integrante de la misión con la que la Iglesia prosigue la obra redentora de Cristo sobre la tierra” (C.D.S.I. 516).

 

Es importante no perder de vista esta dimensión teológica de la paz, que tiene su fuente en Dios y su camino en Jesucristo. La paz necesita de corazones bien dispuestos para recibirla; hay una tarea de siembra de la paz por la palabra y el testimonio. En este sentido, ella necesita del valor de la verdad y la justicia, del diálogo, la confianza y la ejemplaridad. No es posible construir una paz duradera si no estamos dispuestos a poner de nosotros lo mejor. La paz no es algo mágico, se la construye. Ella vive a la espera de hombres y mujeres con un corazón bien dispuesto, sano y libre.

 

Mons. José María Arancedo

Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

ARANCEDO ARZOBISPO DOMINGO REFLEXION
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