Nos acercamos nuevamente a Navidad para ver y escuchar en la simpleza del pesebre el acontecimiento mayor de nuestra historia. Estamos ante un acontecimiento que despierta nuestra atención y es un llamado a la fe para descubrir toda su realidad. Lo que vemos y escuchamos es parte de la historia, lo podemos constatar con testimonios y testigos, pero su fuerza y significado trasciende lo que vemos porque nos introduce en una historia nueva que tiene a Dios por autor y al hombre, a cada de uno de nosotros, como destinatario. Una lectura sin la luz de la fe nos relata un conocimiento histórico, ello tiene aún mucho de “atrio”, de lugar previo al conocimiento de lo que celebramos. La fe nos introduce en esa historia de Dios que tiene en Jesucristo su palabra definitiva de revelación y de vida para todos los hombres. Si bien la fe es un hecho personal, ella nos trasciende e involucra en una misión porque tiene horizontes de humanidad.
Esta universalidad del mensaje de Navidad está expresado en aquellas palabras: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él” (Lc. 2, 14). Todo hombre en Navidad debe vivir la certeza de sentirse amado y visitado por Dios. El Dios que se nos revela en Jesucristo es el Padre de todos, no pertenece a un grupo ni puede ser motivo de fanatismos que utilizan su nombre para justificar la muerte. La fe en Dios, que se nos revela en Jesucristo, debe ser motivo de una permanente purificación moral y crecimiento espiritual. La fe no es un almacén en el que guardamos y conservamos un conjunto de verdades, sino algo dinámico que nos lleva a ordenar nuestra la vida a la luz del mensaje de Jesucristo. A la fe sólo se la puede vivir, nos diría san Juan como un combate que comienza en nuestro interior y está llamada a extenderse al mundo, es: “la victoria que vence al mundo” (1 Jn. 5, 4). Es importante comprender el significado de conversión y de misión que tiene la fe en nuestras vidas y relaciones. Una fe sin espíritu de santidad y de espíritu misionero no es madura.
En Navidad se enciende una luz de esperanza que nos invita a vivir y a proclamar su mensaje de verdad y de vida, de justicia y solidaridad, de reconciliación y de paz. Este mensaje necesita de protagonistas, no de repetidores. Descubrirnos amados y visitados por Dios es el comienzo de una vida nueva para nosotros y el mundo, ello sucede cuando nos sentimos destinatarios de su amor y testigos de su mensaje para nuestros hermanos. Los invito a que nos acerquemos en esta Navidad al pesebre para decir juntos esa oración que nos ha acompañado durante estos años: Danos, Señor, la valentía de la libertad de los hijos de Dios para amar a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres y perdonando a los que nos ofenden, aborreciendo el odio y construyendo la paz. Concédenos la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda”.
Reciban de su obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor que nos ama, nos visita y envía.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz