Se sacó la mufa. Se liberó. La Argentina sacó la cabeza del pozo en el que se había metido solita. No hay que perder de vista que goleó a una Costa Rica muy tierna y juvenil, lo más flojo del grupo, pero los problemas de este equipo venían siendo propios, con independencia de la oposición de turno. Anoche encontró demasiadas cosas para lo poco que venía cosechando: goles, la batuta de Gago hasta conseguir la ventaja, la filosa conducción de Messi para golear y el afecto del público cordobés. También la clasificación a los cuartos de final, que apenas es el piso de una obra que está en construcción.
Es evidente que las decepciones ante Bolivia y Colombia dejaron secuelas en la Argentina. Empezó con la mochila de una responsabilidad que le pesa mucho. Disputó un primer tiempo con una tensión competitiva mayor a la que venía mostrando, pero le faltaban serenidad y soltura para sacar provecho de un dominio que fue creciendo hasta hacerse abrumador.
Sorprendió Batista con el ordenamiento del equipo derivado de los cuatro cambios que introdujo. Messi se ubicó casi como un N° 8, en una posición similar a la que ocupaba en Barcelona hasta hace un par de temporadas. Agüero se recostó sobre la izquierda, más abierto que Di María. Esta Argentina estaba buscando un jugador que le mostrara el camino, que tomara la iniciativa con personalidad y convicción. Que pusiera en marcha el funcionamiento colectivo que no existía. Y lo encontró en Gago, que se puso el equipo al hombro y la pelota al pie para cubrir todo la zona central con dinamismo y buenos pases. Activó mecanismos que la Argentina tenía adormecidos. Se movió con la determinación que el partido requería. La Argentina necesitaba ganar y Gago interpretó esa exigencia desde el comienzo.
A Costa Rica no le faltaron voluntad, despliegue y aplicación táctica para ocupar espacios. Salvo el capitán Acosta, el resto de los titulares no pasó los 22 años y no tiene experiencia en esta clase de encuentros. Si aguantó hasta el último minuto del primer tiempo sin recibir un gol no fue tanto por su consistencia defensiva, sino por la impericia de la Argentina en la definición. A este equipo, los nervios acumulados le restaban finura en el último toque, le faltaba ojo de tigre. Higuaín fue el más desenfocado frente al arco, quizá como consecuencia de la inactividad que arrastra de Real Madrid. Lo que no podía tapar el arquero Moreira o devolvía el travesaño (un cabezazo de Burdisso) lo desperdiciaban los delanteros argentinos. El seleccionado atacó en aluvión en los últimos 25 minutos del primer tiempo. Acumuló una decena de ocasiones de gol hasta que Agüero, con la suerte del centrodelantero, se quedó con el rebote del arquero en el remate de Gago para conseguir el primer tanto y aplacar la ansiedad. Los titulares y los suplentes lo festejaron en una montaña como si fuera la final del Mundial. Ésta era otra final, más modesta, a la que la Argentina llegó por los deberes incumplidos.
Costa Rica tuvo poco la pelota y escasas posibilidades de atacar, pero aún así los desacoples defensivos de la Argentina en los partidos anteriores se repitieron en las infracciones de tarjeta amarilla que recibieron Milito y Zanetti. Un costo alto ante un rival que inquietó poco.
Con la ventaja, a la Argentina se le abrieron las puertas del paraíso en el segundo tiempo. Y Messi se acordó de jugar como él sabe: gambeta, aceleración y asistencia. De su zurda nacieron los goles del Kun, fantástico en el toque cruzado, y Di María. Fue goleada en un ratito y un recreo para este seleccionado que estaba en penitencia. Vendrán exámenes más exigentes para determinar si aprendió la lección.