Locales

La reflexión del Arzobispo

El evangelio de este domingo nos muestra a Jesús frente a la soledad de una gran muchedumbre que estaba, dice, “como ovejas sin pastor”, y agrega el texto que: “tuvo compasión de ella” (Mc. 6, 34). En esta simple expresión descubrimos un rasgo del corazón de Jesús que, al tiempo que es una revelación del amor de Dios, es para nosotros toda una enseñanza. La compasión es un sentimiento profundamente humano, que tiene su raíz en el conocimiento de la realidad, pero que nos debe llevar a asumir una actitud.

 

 

 

Diría que compadecerse de la situación del otro es conocer su realidad de dolor, de abatimiento y hacerla propia, identificarnos con quién sufre. Hay mucha gente que conoce la realidad, por ejemplo la pobreza, incluso con datos estadísticos muy precisos, pero se mantiene como espectador. Para Jesucristo compadecerse es conocer, pero dar un paso más, identificarse con el que sufre y asumir frente a él una respuesta.

 

 

 

Estos dos términos, conocer e identificarse, son la fuente de la compasión cristiana, y tienen su raíz histórica en el Corazón de Jesucristo. Un conocer que se quede en el análisis de la realidad tiene su importancia, pero no alcanza. Un identificarse sin más con el que sufre, sin tener una actitud de reflexión nos puede llevar a un sentimiento que es bueno, pero no da una respuesta madura ni eleva a la persona. Como vemos, en la compasión alcanza una unidad superior la inteligencia y los sentimientos como respuesta y cercanía con el que sufre.

 

 

 

Esta es una lenta tarea de crecimiento espiritual para nosotros, que tiene su fuente en Jesucristo. San Pablo presenta este ideal de la vida cristiana en aquellas palabras del Himno de la carta a los Filipenses: “Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp. 2, 5). La devoción al Sagrado Corazón de Jesús hace oración esta verdad: “Danos, Señor, un corazón semejante al tuyo”. Jesucristo no es sólo un modelo a admirar sino un camino a seguir.

 

 

 

Cuando vemos que en la sociedad prima un espíritu individualista, que nos encierra en nuestras preocupaciones y nos aleja de una mirada comprometida con el dolor, con el que sufre: ¿Qué debemos hacer, por dónde empezar, cómo hacer realidad en mí esta propuesta del evangelio que se nos presenta como un ideal o un camino a seguir? Es fácil plantear el evangelio como doctrina, no tan fácil hacerlo vida. El espíritu del evangelio debe animar, también, la vida de la sociedad. Las instituciones sociales no garantizan esto que es propio del Evangelio. Pío XI decía que: “La renovación interior del espíritu cristiano debe preceder y alimentar el compromiso de mejorar la sociedad”.

 

 

 

Estamos hablando de la conversión del corazón como tarea prioritaria en la vida del cristiano, y de su responsabilidad en la sociedad. En este sentido concluye el Catecismo de la Iglesia Católica, que: “Los fieles laicos deben, por tanto, trabajar a la vez por la conversión de los corazones y por el mejoramiento de las estructuras” (C.I.C. 552). El espíritu cristiano debe plantear en la sociedad la exigencia de esta solicitud por todo hombre, porque que él es mi hermano.

 

 

 

Que Jesucristo no sea sólo alguien a quién admiramos, sino alguien a quién seguimos. Reciban de su obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor que tuvo compasión por todos.

 

 

 

 

 

Mons. José María Arancedo

 

Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

ARANCEDO EVANGELIO REFLEXION

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