Las lecturas de este domingo nos plantean una serie de cuestiones que parecerían ajenas a la fe, si la entendemos sólo como un acto de intimidad con Dios sin referencia a la relación con nuestros hermanos. Todo lo contrario, un auténtico acto de fe en Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, nos habla de una exigencia en lo concreto de la vida. La fe cristiana no se reduce a un sentimiento intimista con Dios, sino que compromete una presencia a la luz del Evangelio.
La fe no nos saca del mundo, nos hace responsables del mismo. La fe, por tener su fuente en Jesucristo, abarca toda la vida del hombre. Es bueno recordar siempre aquella reflexión de san Pablo a los corintios cuando les decía: “Todo es de ustedes, pero ustedes son de Cristo” (1 Cor. 3, 23), es decir, todo pertenece al ámbito de la fe, el trabajo, el amor, la política, todo. La fe es la que da sentido a todo y exige coherencia. Decir creo en Dios es un don y una tarea.
El profeta Amós en la primera lectura es claro y habla en términos de denuncia: “Escuchen esto, ustedes, los que pisotean al indigente para hacer desaparecer a los pobres del país. Ustedes dicen: ….aumentaremos el precio, falsearemos las balanzas para defraudar; compraremos a los débiles con dinero y al indigente por un par de sandalias” (Am. 8, 4-7). En este juicio el profeta expresa el compromiso social que debe tener un comportamiento que surge de la fe, cuyo fundamento es el amor y la justicia de Dios, y nos debe hacer tomar conciencia que el primer precepto de la moral social es: todo hombre es mi hermano.
El banco de prueba de fe es el testimonio de la caridad: “Cómo puedes decir amo a Dios a quién no ves, sin no amas a tu hermano a quién ves” (1 Jn. 4, 20). La fe cristiana no es un movimiento espiritualista, que con cierto egoísmo nos convierte en el centro de nuestras preocupaciones, sino una fe que tiene su fuente en un Dios que nos ama y es Padre de todos. El salto cualitativo de la fe parte de la escucha y la entrega a una Palabra que es fuente de vida y que da sentido a la vida del hombre.
Frente a esta crítica del profeta Amós que es un momento del designio salvífico de Dios el Evangelio, como plenitud de este camino cumplido en Jesucristo, nos habla de una decisión que define el valor de una auténtica fe y se convierte en fuente de equidad y solidaridad entre los hombres: “No se puede servir a Dios y al Dinero”, nos dice (Lc. 16, 13). El Señor nos habla de una opción que compromete un estilo de vida. No acepta zonas grises. Esto no significa desconocer el valor del dinero, sino no elevarlo a una categoría que no le corresponde.
Es un instrumento, no un fin. Sólo el reconocimiento de la dignidad humana hace posible el crecimiento personal e integral de todos. Dios es garantía de la dignidad de todo hombre, especialmente del más pobre e indigente. Desplazar a Dios es empobrecer al hombre, es dejarlo en una orfandad que lo hace víctima y objeto de cualquier interés mezquino. La fe eleva la inteligencia del hombre y la abre a ese plano de sabiduría que es propia del conocimiento de Dios.
Reciban de su obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz